Lenguaje Corporal – Cuerpos Heredados

Dos mujeres corriendo en la playa, Pablo Picasso, 1922.

Clarissa Pinkola Estés, en su libro Mujeres que corren con los lobos (2005) dedica un capítulo al cuerpo femenino. Rescata el valor de la herencia familiar a través de los cuerpos, y pone de relieve que la crítica a los mismos «te falta esto o te sobra lo otro…» es una ofensa directa al legado de los antepasados, así como también a sus descendientes. Se crea, a través de la misma, generaciones de mujeres «angustiadas y neuróticas».

«Lo más probable es que las mujeres que son gordas o delgadas, anchas o estrechas, altas o bajas lo sean simplemente por haber heredado la configuración corporal de su familia; y, si no de su familia inmediata, de los miembros de una o dos generaciones anteriores. Despreciar o juzgar negativamente el aspecto físico heredado de una mujer es crear una generación tras otra de mujeres angustiadas y neuróticas.

Si la enseñan a odiar su propio cuerpo, ¿cómo podrá amar el cuerpo de su madre que posee la misma configuración que el suyo, el de su abuela y los de sus hijas? ¿Cómo puede amar los cuerpos de otras mujeres (y de otros hombres) próximos a ella que han heredado las formas y las configuraciones corporales de sus antepasados? Atacar de esta manera a una mujer destruye su justo orgullo de pertenencia a su propio pueblo y la priva del natural y airoso ritmo que siente en su cuerpo cualquiera que sea su estatura, tamaño o forma. En el fondo, el ataque a los cuerpos de las mujeres es un ataque de largo alcance a la que las han precedido y a las que las sucederán.»

Más adelante escribe sobre el peligro que conlleva dedicar mucho tiempo a la preocupación por el cuerpo y su forma. La mujer pierde la posibilidad de dedicar esa energía a cosas más importantes, creativas. que le permitan desarrollarse y ser ella misma.

Y por último advierte sobre el efecto cultural que tiene esta crítica:  «Los severos comentarios acerca de la aceptabilidad del cuerpo crean una nación de altas muchachas encorvadas, mujeres bajitas sobre zancos, mujeres voluminosas vestidas como de luto, mujeres muy delgadas empeñadas en hincharse como víboras y toda una serie de mujeres disfrazadas.»

Nuestra cultura moldea un cuerpo ideal, un cuerpo por el que la mayoría de niñas, adolescentes y mujeres adultas vive realizando esfuerzos y cambios. Un cuerpo artificial, armado, a veces desarmado, que no hace más que deformar las funciones naturales y las maravillas para la cual el cuerpo femenino está preparado.

Este cuerpo único e ideal, pierde de vista justamente que el cuerpo no es un objeto para ser adorado, admirado por su estética, simetría o apariencia. Es perfecto por su función: es sostén, creador, posibilitador de sensaciones, de experiencias, de vínculos. La belleza reside no en su forma, sino en su posibilidad.

«Experimentar un profundo placer en un mundo lleno de muchas clases de belleza es una alegría de la vida, a la cual todas las mujeres tienen derecho. Aprobar sólo una clase de belleza equivale en cierto modo a no prestar atención a la naturaleza. No puede haber un solo canto de pájaro, una sola clase de pino, una sola clase de lobo. No puede haber una sola clase de niño, de hombre o de mujer. No puede haber una sola clase de pecho, de cintura o de piel.»